domingo, 11 de agosto de 2013

El barbero de dios

Resulta imposible atravesar una muchedumbre con la llama de la verdad sin quemarle a alguien la barba.


Georg Christoph Lichtenberg




El vello facial crece, la cabellera crece y no siempre puede uno mismo podar el césped de los jardines de la propia caja de materia gris. Por lo mismo en ocasiones periódicas uno requiere de habilidosos artíficies de la tijera y la navaja para retirar el exceso de queratina. Bien, este fue el caso de su seguro servidor hace un par de días.


Contrario a mis habituales costumbres, me había dejado el cabello un poco largo porque había prometido ir a una fiesta caracterizado como un joven de la década de 1950, con copete engomado y toda la cosa. Sí pues, extraño, lo sé. El punto es que de la fiesta ya habían pasado dos semanas y la queratina seguía acumulándose en la parte superior de la mollera.


Para no trasladarme más lejos decidí acudir a una "nueva" peluquería que está cerca de casa. Nunca había ido allí así que decidí probar, me llamaba la atención la oferta de "cortes urbanos". Para este efecto decidí llevar conmigo "El Gran Diseño" de Stephen Hawking, para leer mientras me despojaban del exceso de greña. Sí, lo sé, suena bastante hipster y mamerto, pero no quería leer las revistas que pudiese haber en esa peluquería (ver foto de entrada), de aspecto tan sórdido y tan sucia en su interior. Sólo deseaba ser peluqueado mientras leía algunos pasajes del ingenio de Hawking.


Pero el destino cruel me impidió realizar mi sueño. Resulta que cuando llegué a la peluquería el artista de la tijera estaba solo y me atendió de inmediato, Así también, de inmediato comenzó a cuestionarme sobre el libro que apenas había abierto mientras me sentaba en la mugrosa silla giratoria de oficina (a falta de una típica silla ad hoc). El inicialmente amable peluquerillo se interesó por mi lectura. Me preguntó por el contenido y por el autor. Traté de explicarle con 140 caracteres el contenido (bueno, como si estuviera tuiteando, pues), indicándole que el autor presentaba cómo se había formado nuestro universo y cómo podía ser uno entre un número muy grande de universos. Pero de pronto me salió con que el libro decía mentiras, que diosito era el que había hecho todo el universo, que era a quien debíamos agradecer la vida y hasta la muerte.


Les juro amables lectores que intenté no polemizar con el animado fígaro. Pero era imposible dejar de responder sus preguntas sin pasar por un maleducado. Y antes de ser maleducado prefiero ser un ateo amable. Pero ser un ateo amable mientras te cortan el cabello puede ser riesgoso. Y me explico: Finalmente quien tiene unas afiladas tijeras y una navaja en la mano, y además está a mis espaldas, es el peluquero de dios. Y más gente muere a manos de "gente de dios" que a manos de ateos. Difícilmente uno puede argumentar racionalmente en un estado de total vulnerabilidad.


Aún así, intenté llevar la conversación por senderos no tan espinosos, y ante el embate bíblico al estilo de "Usted no cree en dios porque no lo conoce", o bien "Dios acabó con los abusos de la Inquisición (sic)", traté de explicarle al barbero que entiendo que dios existe en la mente de quienes creen en él, y que la Santa Inquisición fue muy posterior al inicio del cristianismo y que ningún dios impidió la quema de brujas y herejes de la edad media, el humilde pero necio peluquero no cejó en su intento evangelizador.


Por fortuna, el peluquero de dios no era un fundamentalista medioeval, por lo que sus movimientos con tijeras y navaja no causaron daño en mi hereje humanidad y al terminar su trabajo lo único que extrañé fue los momentos de apacible lectura de mi amado libro. Sin embargo, a la hora de pagar por el trabajo de despunte y recorte, me sorprendió mucho saber que al fígaro de percoladora le debía yo aproximadamente el doble de lo que esperaba pagar. El daño no fue a la anatomía sino a la economía. 


Invitado a no regresar para un "replay de la evangelización del fígaro percolero", también haré algo que no suelo hacer y es desincentivar a mis lectores a acudir a este establecimiento. No por la labor evangelizadora del sencillo pero tenaz barbero, sino por lo caro del servicio y lo feo del lugar. Si vienen a Cancún o ya viven aquí NO se les ocurra cortarse el cabello en el sitio indicado en el mapa de abajo (Cortesía de Google Maps). Sobre advertencia no hay engaño.




Recientes ciudadanos de Higadolandia