No menos que el saber me place el dudar.
Dante Alighieri
Hemos estado un poco inactivos en el blog, debido a que cambiamos recientemente de residencia, de las bellas y montañosas tierras de Morelos, a las planicies tropicales del estado de Quintana Roo, México.
Por este motivo, resulta muy oportuno iniciar una serie de breves entregas espaciadas sobre la aplicación práctica del escepticismo, que quizás pueda servir de guía a quienes en el diaro devenir de los acontecimientos de su propia vida, se encuentren con dilemas en los cuales las opciones dogmáticas y prejuiciosas orillen a un resultado peligroso, molesto, costoso y hasta insalubre. En estos escenarios quizás la aplicación de un sano escepticismo pueda ofrecer una mejor solución práctica.
No se trata de aconsejar a los lectores "duda de todo y de todos, hasta de tu madre", sino de procurar mantener un espacio de duda que evite que caigamos en actitudes absolutas, rigoristas, inflexibles, dominadas por prejuicios o dogmas. Ya se ha hablado en este espacio de la confiabilidad en lo que respecta a las relaciones personales, y esa será una de las tónicas para abordar la vida cotidiana como un escéptico redomado sin pasar por necio y sobrevivir al intento.
Las generalidades de un escepticismo cotidiano.
Lo primero que uno debe tener en cuenta para aplicar un escepticismo preclaro es tener una escala de valores. Con esto quiero sugerir que no todos los asuntos de diario merecen ser analizados con un rigor escéptico. Hay situaciones que pueden ser tomadas en forma superficial, pero hay otras que hay que pasar por un tamiz fino, en especial aquellas en las que involucramos nuestro dinero, nuestro esfuerzo intelectual y nuestras relaciones familiares.
Revisemos el caso de los celos entre las parejas. Casi todos estaremos de acuerdo en que los celos incontrolables son un veneno para las relaciones entre cónyuges. Atormentan a quien los siente tanto como a quien los provoca. ¿Cómo mantener una buena relación de pareja, siendo escéptico? El escepticismo nos impulsa a dudar de manera normal. Así que si nuestra pareja llega tarde y nos ofrece una justificación típica (se me ponchó una llanta, tuve una junta de última hora, me llamó mi hermana, me detuvo un agente de tránsito, etc.), lo que seguiría sería dudar de la versión ofrecida y obtener evidencias de la causa del retraso, para emitir un juicio razonado.
Pero eso puede ser muy tardado y molesto para ambos cónyuges. Revisando los hechos tendríamos dos opciones, o nuestra pareja nos dice la verdad o nos dice una verdad a medias (o una flagrante mentira). Una persona celosa pensará, de entrada, que su cónyuge le miente, sin importar cuantas veces con anterioridad le ha dicho la verdad. En su mente la duda se convierte en certeza, en inequívoca señal de infidelidad, de engaño, de deslealtad. Pero neurosis aparte, la actitud del celoso es más dogmática que escéptica, es más prejuiciosa que racional.
Al contrario de un celoso, un escéptico tendría que sopesar lo valioso de su relación antes que lanzarse abiertamente a indagar la veracidad de la versión de su cónyuge. Puede confiar en la versión en forma temporal, en espera de nuevas evidencias, y puede asignar una ventana de duda sobre el asunto, del tamaño que le permita continuar con su vida, mantener sus relaciones y su estabilidad emocional.
Reiterados retrasos, el uso de la misma (o similar) justificación, llamadas sin sentido y otras señales pueden dar una pista de que el provocante cónyuge está mintiendo. Y entonces sí, el escéptico puede con justificada razón indagar con suficiente apertura para dejar claro que en la escala de valores, la relación con su cónyuge ha quedad por debajo de la propia dignidad.
Sin embargo, una actitud preventiva, al estilo de "no me gustan tus retrasos y no voy a tolerar que me mientas", puede dar una dosis de "sanos celos", que muchas personas aprecian en una relación. Se trata de una advertencia racional que manda un mensaje claro: confío en tí, pero mi confianza no es absoluta.
Imagen de entrada tomada desde La vida en un Collage
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