La capacidad de entusiasmo es signo de salud espiritual.
Gregorio Marañon
Mucha gente que me conoce por este medio, y me lee, piensa que mi vida sólo tiene ecuaciones, números, teorías y nada de otras cosas. Es más algunos se han atrevido a afirmar que NO hay espiritualidad en mi vida. Y que nunca la habrá.
Siento decepcionar a estos opinadores de ocasión.
Sí he sentido la espiritualidad en mi vida. Le puedo decir al amable ciberauditorio que en muchos periodos de mi vida me he sentido arrobado, como si hubiera salido de este mundo material.
He sentido periodos de felicidad extrema, de enorme y profunda admiración por la naturaleza. Por sus maravillas y sus secretos que inspiran mi curiosidad. Me siento espiritual cuando me pregunto ¿Qué había antes del "big bang"? y ser consciente de la profundidad de las posibles respuestas. Me he sentido espiritual cuando intento comprender un espacio de más de tres dimensiones. Me he sentido espiritual al imaginarme lo vasto del universo y considerar la posibilidad de que haya otros muchos más.
He contemplado los atardeceres iluminados de colores nunca imaginados por mí. Y me he extasiado ante las múltiples explicaciones que me vienen a la mente sobre la infinidad de posibilidades para cada atardecer, para cada sistema planetario, para cada galaxia.
He sentido la textura de las flores en la yemas de mis dedos y su exquisito aroma llenar cada poro de mi ser, con una sensación de gran paz. Y eso lo he experimentado sólo y también acompañado por mis más grandes amores. He imaginado los intrincados enlaces atómicos que provocan en mis receptores olfativos la sublime experiencia de percibir el olor de una rosa.
He escuchado los primeros balbuceos de mis hijos con asombro extraordinario. He imaginado que sus voces se grabaron en cada una de mis neuronas y que es casi un milagro que aun permanezcan ahí grabadas después de tanta sustancia que me ha intoxicado.
He llorado de emoción ante la infinita belleza del amor. He despertado recitando versos improvisados, exaltando el amor más puro y digno del mundo. Versos que brotaban sin parar de mis labios, como el caudal de un desbordado arroyo, en un estado de éxtasis; de éxtasis espiritual.
He cargado el cuerpo sin vida de mi padre para depositarlo en lo más profundo de mi dolor. Su recuerdo vive en mi, tan fresco como el día que me di cuenta que sus orejas eran grandes, suaves y rojizas, y que me parecían como si fueran de jamón.
He tenido que correr hasta quedar exhausto para salvar la vida de uno de los seres más puros, bellos y ejemplares de este mundo. Caí, y me lastimé sin sentir el dolor. Un impulso más allá de mis propios límites me hacía usar mi cuerpo como una simple e insensible herramienta para mi propósito.
He visto de cerca a la muerte, cara a cara, desde lo más profundo de mi conciencia y de mi estado de alerta. He sentido el último hálito de vida de seres a quienes amé, y les lloré hasta quedar secos mis lagrimales.
He descarnado mis manos hasta lo indecible para rescatar a un sobreviviente del sismo de 1985. Y el no haber tenido éxito para salvar su vida me llenó de un profundo sentimiento de impotencia, de frialdad, de vacío.
¿Cómo explicar estas experiencias sin espiritualidad?
Siento decepcionar a estos opinadores de ocasión.
Sí he sentido la espiritualidad en mi vida. Le puedo decir al amable ciberauditorio que en muchos periodos de mi vida me he sentido arrobado, como si hubiera salido de este mundo material.
He sentido periodos de felicidad extrema, de enorme y profunda admiración por la naturaleza. Por sus maravillas y sus secretos que inspiran mi curiosidad. Me siento espiritual cuando me pregunto ¿Qué había antes del "big bang"? y ser consciente de la profundidad de las posibles respuestas. Me he sentido espiritual cuando intento comprender un espacio de más de tres dimensiones. Me he sentido espiritual al imaginarme lo vasto del universo y considerar la posibilidad de que haya otros muchos más.
He contemplado los atardeceres iluminados de colores nunca imaginados por mí. Y me he extasiado ante las múltiples explicaciones que me vienen a la mente sobre la infinidad de posibilidades para cada atardecer, para cada sistema planetario, para cada galaxia.
He sentido la textura de las flores en la yemas de mis dedos y su exquisito aroma llenar cada poro de mi ser, con una sensación de gran paz. Y eso lo he experimentado sólo y también acompañado por mis más grandes amores. He imaginado los intrincados enlaces atómicos que provocan en mis receptores olfativos la sublime experiencia de percibir el olor de una rosa.
He escuchado los primeros balbuceos de mis hijos con asombro extraordinario. He imaginado que sus voces se grabaron en cada una de mis neuronas y que es casi un milagro que aun permanezcan ahí grabadas después de tanta sustancia que me ha intoxicado.
He llorado de emoción ante la infinita belleza del amor. He despertado recitando versos improvisados, exaltando el amor más puro y digno del mundo. Versos que brotaban sin parar de mis labios, como el caudal de un desbordado arroyo, en un estado de éxtasis; de éxtasis espiritual.
He cargado el cuerpo sin vida de mi padre para depositarlo en lo más profundo de mi dolor. Su recuerdo vive en mi, tan fresco como el día que me di cuenta que sus orejas eran grandes, suaves y rojizas, y que me parecían como si fueran de jamón.
He tenido que correr hasta quedar exhausto para salvar la vida de uno de los seres más puros, bellos y ejemplares de este mundo. Caí, y me lastimé sin sentir el dolor. Un impulso más allá de mis propios límites me hacía usar mi cuerpo como una simple e insensible herramienta para mi propósito.
He visto de cerca a la muerte, cara a cara, desde lo más profundo de mi conciencia y de mi estado de alerta. He sentido el último hálito de vida de seres a quienes amé, y les lloré hasta quedar secos mis lagrimales.
He descarnado mis manos hasta lo indecible para rescatar a un sobreviviente del sismo de 1985. Y el no haber tenido éxito para salvar su vida me llenó de un profundo sentimiento de impotencia, de frialdad, de vacío.
¿Cómo explicar estas experiencias sin espiritualidad?
Cierto es que casi nunca escribo sobre estos aspectos, pero existen en mí, en mi experiencia emocional cotidiana. Y me atrevo a sugerir que lo mismo sucede en todos los seres humanos (excepto quizá en los alexitímicos). Nuestra carga espiritual es importante y quizá única.
La diferencia (sutil, por cierto) está en que algunos pensamos que esta experiencia espiritual no tiene sus orígenes en lo oculto, en lo desconocido ni en lo que está más allá de nuestro entendimiento, sino en la cruda pero hermosa e ineludible realidad de nuestro universo.
La diferencia (sutil, por cierto) está en que algunos pensamos que esta experiencia espiritual no tiene sus orígenes en lo oculto, en lo desconocido ni en lo que está más allá de nuestro entendimiento, sino en la cruda pero hermosa e ineludible realidad de nuestro universo.
Imagen: Keith a los 24 años con Papá.
3 comentarios:
Se tiende a confundir espiritualidad con fanatismo, mojigateria, falsa noral.
En lo personal, ser o sentirse espiritual es estar en paz consigo mismo, estar tranquilo, tener despejada la mente y por que no decirlo (en mi caso, por mis creencias) el alma quieta.
¿Quien no goza con la sonrisa de un niño, o sentarse en la banca de un parque a disfrutar de la quietud que da estar en contacto con la naturaleza, estar en un sofa o recostado en la recamara leyendo un buen libro de poemas (poemas de verdad, no escritos carentes de estilo y riqueza literaria), o ver una pelicula en compañia de la familia, o platicar, en mi caso con mi madre, sobre las ancestros familiares y tantas cosas mas?.
Espiritualidad no es estarse culpando todo el tiempo de nuestras desdichas y afirmando que si estamos como estamos es por que lo merecemos, o estar dandose golpes o atormentando el cuerpo para "purifcar el alma". Conozco un desgraciado que lleva una vida muy licenciosa que ha vivido hasta con dos mujeres al mismo tiempo cohabitando con ellas y sin embargo a diario va a misa, comulga y hace penitencia con los brazos extendidos, eso mis amigos de ninguna es ser espiritual, con perdon de ustedes eso se llama ser un perfecto hijo de la chingada.
La espiritualidad no se pregona ni se presuma, de la espiritualidad se da testimonio con el diario vivir.
En mi larga vida he conocido gente manifiestamente atea, pero que llevan un ejemplo de vida digno de que cualquier falso moralista, fanatico o mojigato de los que andan tocando puertas a diario para segun ellos darnos a conocer la "verdad" (su verdad) les tengan envidia.
No obstante, reconozco mi creencia catolica, pero como ser libre y pensante tambien tengo el derecho de cuestionar aspectos que no comprendo o no estoy de acuerdo.
Hace muchos años, un compañero de la secundaria que es sacerdote misionero, platicando sobre mis cuestionamientos en la fe catolica, me dijo que respetaba mi derecho de dudar a preguntas que no supo responderme y que no por eso cometia pecado alguno, incluso dijo algo que me dio risa, y fue asi textualmente:
"Prefiero en algun momento escuchar una blasfemia de alguien como tu, que una alabanza de un hijo de su chingada madre".
Saludos mi estimado Keith desde el espacio entre la espiritualidad y el fanatismo.
Sergio
Muy buena esa última frase sergio, me arrancó un agran sonrisa
Saludos
Disfruté mucho este post estimado Keith. Tal vez haya quienes piensen que el escepticismo no deja espacio a la espiritualidad y seguramente, si no fuesemos tan "polares" en estos pensamientos y en tantas cosas, el mundo sería distinto. Vengo un poquitín atrasada estos días pero ya me pondré a tiro con este blog que, sigo pensando, vale la pena leer.
Un afectuoso saludo desde la esquina de un azul desaturado.
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