viernes, 20 de febrero de 2009

El escepticismo hace la diferencia entre creer y confiar:

¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica!

James Russell Lowell


Alguien me preguntaba ya hace tiempo ¿cómo puedes llamarte escéptico redomado? ¿acaso pides pruebas y evidencias de todo? ¿nunca confías en la gente?. Traté de explicarle en ese momento , pero no hubo tiempo suficiente, así que ahora, liberado un poco de las tareas impuestas por el trabajo fecundo y creador, me dispongo a compartir con la amable y fiel concurrencia lo que pienso al respecto.

Creer o no creer, he ahí el dilema.

Y el dilema, digo yo, es que la creencia puede verse como una Delta de Dirac. La Delta de Dirac tiene un valor infinito cuando x=0, y es cero cuando x es diferente de cero; la creencia es infinita cuando la evidencia es cero, y es cero cuando la evidencia toma algún valor diferente de cero. Lo que traducido al plano y llano español es:

  1. Cuando la gente no tiene forma de hacerse con evidencias o pruebas de cualquier asunto, recurre a la creencia. Decide creer en sus prejuicios, en sus amigos, en sus maestros, en el gobierno, o en la oposición al gobierno, etc.
  2. Cuando la gente tiene evidencias, no necesita creer. Cuando se puede ver (ver, o tocar, u oler, etc.) el estado de las cosas, no es necesario que le digan a uno cómo es ese estado. Basta con la propia experiencia.

Pero esta definición es maniquea en extremo. O se cree o no se cree en algo cuando no hay evidencias de ese algo. Y aunque en nuestro léxico existan frases como "Le creo a medias" en realidad, ante la ausencia de evidencias, uno cree o no cree. Pero lo interesante es que no hay forma de medir la creencia, así como no hay forma de medir "el infinito" (valor que toma la Delta de Dirac en el punto x=0).

¿Que hacer cuando no hay evidencias de por medio? Cualquier científico te dirá que ante la ausencia de evidencias no es posible decir nada, o lo que es lo mismo, no es posible creer. Pero cualquier místico te dirá que no es necesaria la evidencia "física" del espíritu para creer en su existencia o en su influencia. Pero lo interesante es cuando uno no está tratando con conceptos etéreos (como el espíritu, el alma, etc.) o físicos (como el agua, el aire o un pedazo de piedra). Lo verdaderamente interesante es el concepto social de la creencia.

Si le pregunto a mi hijo, recién llegado de la escuela, por el resultado de uno de sus exámenes, su respuesta NO será la evidencia que busco. A menos que me muestre su boleta de calificaciones o su examen calificado, para decidir si le creo o no le creo, con lo único que cuento es con su testimonio. Pero aquí surge otro aspecto que puede hacer la diferencia para tomar esa decisión: su comportamiento anterior.

Y eso sí es medible.

Uno puede medir el nivel de confianza en forma estadística. O definir el nivel de confianza requerido para aceptar o rechazar alguna hipótesis, con un cierto grado de error en las mediciones o determinaciones. Así que en el caso de mi hijo, lo que puede hacer la diferencia es la confianza que pueda tener en él al darme su testimonio. Si con anterioridad me ha mentido sobre sus calificaciones, o me ha ocultado información al respecto, el nivel de confianza no será tan alto como si su comportamiento ha sido consistente sobre el apego de sus testimonios con la realidad objetiva.

En términos generales, sin recurrir a tanta estadística sobre los testimonios, uno tiende a confiar en las personas en función de ciertos parámetros (por cierto, no todos objetivos). Recordemos el análisis presentado en este espacio sobre la sicología de la credulidad. ¿Cómo saber si uno está cayendo en un pozo de credulidad sobre erróneas bases sicológicas? Por ejemplo cuando uno es "seducido" por el encanto (no necesariamente sexual) de otra persona, uno tiende a "desear creerle" a esa persona. La única forma que conozco para evitar este tipo de "encantamientos" sicológicos es manteniendo la voluntad de dudar.

Relato ahora un pasaje que ilustra esta situación: En mis años de soltería, en una ocasión me encontraba solo, por motivos que por ahora mantendré en privado, deambulando por La Costera del entonces bello puerto de Acapulco, cuando a unos 50 m delante vi salir de un hotel playero a una esbelta chica de piernas muy bien formadas, quien con singular encanto en su forma de caminar tomó rumbo hacia la dirección que yo llevaba. Ni tardo ni perezoso, apreté el paso para alcanzarla y verla de cerca. Cuando eso sucedió, ella tomó la iniciativa de hablarme, haciendo un comentario positivo sobre mi ropa. En ese momento, confieso, yo deseaba creer lo que me dijera, por lo que mi respuesta fue en términos de "si te gusta mi ropa, te la presto". Y comenzamos a platicar mientras caminábamos por la acera. Pero algo estaba mal en todo este asunto.

El hecho de que ella me abordara (en vez de que yo fuese el que tomara la iniciativa) me hizo dudar. Al acercarme más noté que traía unos enormes anteojos oscuros que le cubrían gran parte de su rostro. Aún así noté algunas zonas hinchadas en sus mejillas y frente. Cuando le pregunté que si algo le había pasado me respondió que había tenido un accidente automovilístico. Pero el resto de su cuerpo, mostrado por brevísimos pantaloncillos cortos y por entallada blusa sin manga no mostraba otras señas de "accidente". Esto me hizo dudar más. Para no aburrir a la concurrencia con este relato, llegó un punto en el que ella me propuso salir esa noche. Caballerosamente le pedí sus datos (hotel donde se hospedaba y habitación) y nos despedimos.

Me regresé a mi hotel a reflexionar sobre lo ocurrido. Normalmente mi suerte con mujeres no era tanta como para que me abordaran en la calle así como así. Normalmente cuando te accidentas y tienes golpes y raspones en la cara, también los tienes en otras zonas del cuerpo: manos, brazos, rodillas, etc. Normalmente, yo era el que invitaba a salir a las damitas, y no ellas a mí. Así que aunque las apariencias apuntaban a que ese iba a ser un encuentro fenomenal, mi voluntad de dudar me hizo dejar de "querer creer". Mi conclusión final fue que NO era una damita sino un trasvesti o un transexual. Y que la razón de los golpes en su cara es que no eran debidos a un accidente sino a una golpiza. Si eso mismo (abordar a un incauto) había hecho con algún caballero muy seguro de su masculinidad y ese incauto caballero se hubiese dado cuenta del engaño en el peor momento, de seguro hubiese sentido el deseo de golpear al afeminado engañador. Por fortuna mi escepticismo y mi voluntad de dudar (sobre mi propia necesidad de creer) me libraron de la penosa situación de enfrentarme con la evidencia concluyente en un momento menos propicio.

Ciencia, confianza y escpeticismo


Uno desea confiar en las personas; no es posible transitar por este mundo social sin que hubiese relaciones basadas en la confianza entre individuos. Esta confianza puede y debe medirse o al menos estimarse en una escala que pudiese fijarse entre el "no confío para nada", hasta el "confío plenamente". Y el consejo es en ambos extremos de esta escala mantener una "ventana" de duda por si nuevas evidencias se manifiestan para cambiar o reafirmar ese nivel de confianza.

Vista así, la confianza se parece a una función de frecuencia porcentual acumulada, en la que la confianza va del 0 al 100% mediante una curva que semeja una "S" suave y recostada. A diferencia de la creencia (Delta de Dirac) que toma un valor (sí o no), la confianza puede tomar varios valores entre el cero y el uno (100%), sin necesidad de que sea estrictamente cero o uno.

De esta forma cuando alguien nos pregunta cosas como "¿crees en la ciencia?", la respuesta correcta debiera ser: "No es necesario creer, pero podemos confiar en ella", y podemos confiar porque sistemáticamente la ciencia proporciona métodos para abordar las preguntas que normalmente nos hacemos sobre la naturaleza, métodos para corregir nuestras reflexiones sobre estas preguntas y métodos para comprobar si nuestras respuestas son apegadas a la realidad.

No es necesario que todos los humanos recorramos todos los caminos de la ciencia para respondernos estas preguntas: algunos nos interesamos en ciertos temas y otros en temas diferentes. Los resultados de la aplicación de la ciencia, bajo estos enfoques diferentes, se divulgan en forma casi continua. Para conocer las respuestas de estos enfoques a las preguntas sobre la naturaleza existen medios de consulta confiables y otros no tan confiables. La confianza en uno de estos medios dependerá de cuantos y quienes revisan lo publicado (el escepticismo de un grupo de científicos siempre es mayor que el de sólo uno), de cuantas veces esa publicación se usa para realizar nuevas búsquedas, de cuantas veces es mencionada la publicación para referir resultados similares pero independientes.

Y en terrenos menos académicos, la confianza nos ayuda a sobrevivir en la vida diaria, para establecer (o rechazar) relaciones con nuestros semejantes, e incluso de graduar el tipo de relación. Y en este terreno también el escepticismo y la voluntad de dudar marcan la diferencia para no tener la necesidad de creer.

Imagen: Ejemplo de que uno no debe confiar al 100% en las instrucciones.

1 comentario:

lacuerdatensa dijo...

"No tener la necesidad de creer", pienso que me he dado cuenta (ya con muchos años encima de pensar lo contrario)de que esa guste o no, es la opción más libre, menos contaminada. Todos sabemos que la magia es una ilusión, pero qué rico se siente por un rato seguir los movimientos de un prestidigitador.

Saludos desde el estado entre el sueño y la vigilia.

Recientes ciudadanos de Higadolandia