La capacidad de entusiasmo es signo de salud espiritual.
Siento decepcionar a estos opinadores de ocasión.
Sí he sentido la espiritualidad en mi vida. Le puedo decir al amable ciberauditorio que en muchos periodos de mi vida me he sentido arrobado, como si hubiera salido de este mundo material.
He sentido periodos de felicidad extrema, de enorme y profunda admiración por la naturaleza. Por sus maravillas y sus secretos que inspiran mi curiosidad. Me siento espiritual cuando me pregunto ¿Qué había antes del "big bang"? y ser consciente de la profundidad de las posibles respuestas. Me he sentido espiritual cuando intento comprender un espacio de más de tres dimensiones. Me he sentido espiritual al imaginarme lo vasto del universo y considerar la posibilidad de que haya otros muchos más.
He contemplado los atardeceres iluminados de colores nunca imaginados por mí. Y me he extasiado ante las múltiples explicaciones que me vienen a la mente sobre la infinidad de posibilidades para cada atardecer, para cada sistema planetario, para cada galaxia.
He sentido la textura de las flores en la yemas de mis dedos y su exquisito aroma llenar cada poro de mi ser, con una sensación de gran paz. Y eso lo he experimentado sólo y también acompañado por mis más grandes amores. He imaginado los intrincados enlaces atómicos que provocan en mis receptores olfativos la sublime experiencia de percibir el olor de una rosa.
He escuchado los primeros balbuceos de mis hijos con asombro extraordinario. He imaginado que sus voces se grabaron en cada una de mis neuronas y que es casi un milagro que aun permanezcan ahí grabadas después de tanta sustancia que me ha intoxicado.
He llorado de emoción ante la infinita belleza del amor. He despertado recitando versos improvisados, exaltando el amor más puro y digno del mundo. Versos que brotaban sin parar de mis labios, como el caudal de un desbordado arroyo, en un estado de éxtasis; de éxtasis espiritual.
He cargado el cuerpo sin vida de mi padre para depositarlo en lo más profundo de mi dolor. Su recuerdo vive en mi, tan fresco como el día que me di cuenta que sus orejas eran grandes, suaves y rojizas, y que me parecían como si fueran de jamón.
He tenido que correr hasta quedar exhausto para salvar la vida de uno de los seres más puros, bellos y ejemplares de este mundo. Caí, y me lastimé sin sentir el dolor. Un impulso más allá de mis propios límites me hacía usar mi cuerpo como una simple e insensible herramienta para mi propósito.
He visto de cerca a la muerte, cara a cara, desde lo más profundo de mi conciencia y de mi estado de alerta. He sentido el último hálito de vida de seres a quienes amé, y les lloré hasta quedar secos mis lagrimales.
He descarnado mis manos hasta lo indecible para rescatar a un sobreviviente del sismo de 1985. Y el no haber tenido éxito para salvar su vida me llenó de un profundo sentimiento de impotencia, de frialdad, de vacío.
¿Cómo explicar estas experiencias sin espiritualidad?
La diferencia (sutil, por cierto) está en que algunos pensamos que esta experiencia espiritual no tiene sus orígenes en lo oculto, en lo desconocido ni en lo que está más allá de nuestro entendimiento, sino en la cruda pero hermosa e ineludible realidad de nuestro universo.