De Sismondi
El 19 de septiembre de hace justo 32 años el sismo me tomó cuando estaba en casa con mi hijo quien tenía pocos meses de nacido. Aún vivíamos en el Valle de Toluca. Su mamá había salido a correr. Lo que hice, al sentir lo fuerte del sismo, fue ir a su recámara, tomarlo en mis brazos y salir a la puerta exterior. Si la casa se caía yo podía salir en un par de pasos y ponerlo a salvo. Si las otras casas o los postes se caían, podía ponerlo a resguardo en el interior. Así que ahí nos quedamos, esperando que el movimiento cesara. Cuando el temblor terminó, nos metimos a la casa y seguimos nuestra vida normal.
Como cualquier día normal, fui a mi trabajo en el Centro Nuclear del ININ (Instituto de Investigaciones Nucleares). Este centro de trabajo se encuentra en las inmediaciones del poblado de Salazar, en el Estado de México, a medio camino entre Toluca y la CDMX (entonces DF). Por esta razón aproximadamente un tercio del personal provenía de Toluca y sus inmediaciones y dos tercios desde la Ciudad de México. Pero al llegar mis compañeros y yo notamos que los que venían del DF no llegaban. Eran poco después de las 9:00 h cuando comenzamos a escuchar en las noticias los reportes de la enormidad del desastre en la Capital de México. Edificios colapsados por todos lados, especialmente en la zona centro. Pasada una hora, las autoridades del Instituto decretaron asueto. Con el corazón encogido por la impresión regresamos a nuestros hogares a seguir las noticias por radio y por TV.
El siguiente día los de Toluca fuimos a trabajar, pero ya se habían organizado brigadas para rescate y remoción de escombros. Así que acudimos a la devastada Ciudad de México con un par de grúas y pertrechos de la Institución: palas, picos, cuerdas etc. A mi me tocó estar en un edificio de la Colonia Doctores, que se había colapsado totalmente. Mi trabajo consistió en coordinar, desde la parte superior de lo que quedaba del edificio la colocación de la pluma de la grúa; recibía instrucciones del personal encargado de remover escombros y las transmitía al operador que no tenía línea de vista con los demás.
Al paso de los días las noticias hablaban de más de 2,000 muertos y decenas de miles de damnificados. Pero era obvio que las cifras estaban maquilladas. Por fortuna mis papás, que vivían en la zona Norte del DF no sufrieron daño alguno. En Tlatelolco falleció mi querida amiga Patricia Cervantes Baqué, lo que fue confirmado por su hermano. En la zona Centro se derrumbó la casa de mi amiga Gina Carrano Caruso, pero nunca supe más de ella, nunca supe si falleció o sobrevivió.
Ayer me enteré del sismo como una hora después de ocurrido. Y mi primera preocupación fue mi hijo (sí, aquél chiquillo de meses, que hacía 32 años había tomado en mis brazos para ponerlo a salvo). Ahora vive con su esposa y mis dos nietos en plena Zona Rosa. Intenté comunicarme apenas me hube enterado pero no recibía respuesta. Llamé a su esposa pero su teléfono no tomaba llamadas. Fueron momentos de angustia.
Poco después de las 3:30 pm mi nuera se comunicó por whatsapp para decirme que todos estaban bien. ¡Que alivio! Siempre es reconfortante saber que tus seres quieridos están bien frente a un evento como este. Pero la pena por las muertes y las pérdidas de mis compatriotas se repitió, como hace 32 años. Agravada por la pena de las muertes del sismo previo en Chiapas y Oaxaca.
Loable es la actitud de los capitalinos, que tal como hace 32 años lo hicieron (hicimos), desde ayer salieron a apoyar a los hermanos en desgracia, a reconstruir, a rescatar, a consolar. La cultura de prevención y la solidaridad son características que se aprenden por la imitación y se animan por el buen ejemplo, como se expresa en la frase de inicio. Repetir las buenas acciones de apoyo y solidaridad transformará nuestra sociedad.
Ahora me es difícil salir corriendo a apoyar en persona, como lo hice hace 32 años. Pero mi pensamiento y mi condolencia acompañan a mis compatriotas en desgracia, doquiera que estén. Mi cooperación con artículos de despensa básica también están ya en camino. Espero que TODOS cooperemos con algo.
Y algo más, siguiendo el tenor del blog. No está mal rezar por las víctimas, pero es MEJOR actuar y donar en su apoyo. Rezando no van a cesar los sismos ni los huracanes. Pero actuando podemos prevenir la pérdida de vidas y aminorar los daños materiales.
Imagen de entrada tomada desde Milenio