jueves, 24 de enero de 2008

Propiedad privada intelectual

Yo controlo mis pensamientos. Nadie más.

¿Por qué afirmo que yo puedo controlar mis pensamientos? Mis pensamientos son míos, de nadie más. Están en mi mente, se generan en mi cerebro, en mis neuronas. Mis recuerdos, mis imágenes, mis olores, mis ilusiones, mis fracasos, mis éxitos, mis sueños, mis tropiezos, mis saltos, mis "caídas del veinte", etc.

Todo eso es mío
.
Podría hacer algo más con lo mío, y decir, por ejemplo, que no es tan mío. Puedo decir que aprendí a hablar porque alguien me enseñó; que aprendí a amar, porque alguien me enseñó; y así hasta un buen número de cosas buenas y malas, positivas y negativas. Pero ahora que soy adulto, ¿que hago con todo eso?

Cualquier persona puede decir que es egoísta porque sus padres no tuvieron más hijos y nunca aprendió a convivir y compartir con hermanos. Pueden decir que tienen un pésimo estilo de expresarse, porque sus papás no pudieron enseñarle más ya que sólo estudiaron hasta la primaria. Pueden decir que se volvieron agresores sexuales porque un compañerito de la escuela abusó de ellos. Pueden decir que son padres represivos, porque tuvieron padres represivos. Pueden decir que son alcohólicos porque tuvieron padres alcohólicos. Y así... y así... Total, estarían justificados...

Pero desplazar la culpa (o causa) de lo que soy (o lo que hago) ahora hacia otras personas, hacia otras circunstancias, es una manera muy irresponsable y cómoda de no hacer nada. Es una manera de evadir la propia responsabilidad y de justificar los propios errores, las fallas, los fracasos, las ofensas a otros, y en el peor de los casos los comportamientos sicópatas.


Y de esto, en lo que a mí respecta estimados lectores, me cansé: de lo mucho que justifiqué mis barrabasadas, y aún más de las muchas justificaciones que he escuchado de los demás por sus propias burradas.


Me cansaba y me sentía agotado, sin saber por qué.
Ahora lo entiendo mejor, porque ahora, aunque haya gente que piense que vivo una ilusión, finalmente puedo hacer mías las causas y las consecuencias. Pero sobre todo puedo hacer mío el control.

El modelo en el cual la influencia externa es debida a mecanismos oscuros, inaccesibles para la ciencia (al estilo de posesiones diabólicas, males de ojo, envidias a distancia, influjos, canalizaciones, etc.), o al menos inaccesibles a la razón (dudosas culpas, cuentas emocionales por pagar, etc.) sólo me ofrece una explicación que no me permite tener eso que deseamos: el control.

Pensemos de manera más cotidiana: Imaginemos que represento mis pensamientos con la TV por cable o por satélite. Tengo muchas opciones para ver diferentes programas, en mi idioma o en otros de mi interés. ¿Quién va a cambiar el canal? ¿Quién tiene el control? Por supuesto que yo. Yo compré la TV, yo pago la renta del acceso, yo pago la cuenta de la electricidad. Por lo tanto YO tengo el control.

Imaginemos que NO quiero pagar la electricidad, ni comprar la TV, ni pagar el acceso al satélite. Si quiero ver TV tendría que ir a la casa de mi vecino. Claro, es más fácil y sencillo pues no gasto EN NADA, no HAGO ESFUERZOS, NO ME RESPONSABILIZO de las cuentas... pero... el control lo tendría mi vecino.


Así que por ello, si YO quiero tener el control de mis programas, de mis elecciones, entonces yo compro mi TV (aunque tenga la anticuada TV en ByN que me regalaron mis papás), yo pago la electricidad (aunque pueda robarme la energía del poste que está cerca de mi casa), yo pago el acceso al satélite (aunque pueda comprar una antena barata y conformarme con la TV libre, pero llena de anuncios comerciales).


Y no se trata de que con este ejemplo apoye el consumismo. El ejemplo lo podemos trasladar a libros que lees, paisajes que admiras, etc. etc.

El asunto es, ¿quiero tener opciones? ¿Quiero tener el control de mis opciones? ¿Quiero controlar mis programaciones (o pensamientos)? Más vale que me responsabilice y pague mis cuotas de responsabilidad puntualmente.


Mi cerebro es mío. Mi mente es mía. Mis ideas y pensamientos son míos, pero debo responsabilizarme de eso que es mío.

Saludos desde la propiedad privada intelectual.

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