Juan Pablo II
Hace más de 8 años, en los inicios de este blog, escribí una entrada sobre intolerancia inspirado por las noticias sobre la discriminación de que eran objeto los chicos y chicas denominados "emos". Hoy se presenta un caso similar en mi México, pero no lo origina una forma de vestir o de contemplar la vida, sino la protesta organizada en muchas ciudades en contra del "matrimonio igualitario".
Voy a hacer un auto-plagio de esa entrada, aunque más bien es una actualización de la original, incluyendo no sólo la apariencia sino la orientación sexual de la gente y el derecho que tienen para vivir una vida plena, unidos como pareja, como familia, incluyendo el derecho a adopción y procreación (por medios no directos). Así que sin más preámbulo, aquí mi actualización:
¿Por qué razón somos intolerantes? ¿Que nos hace tomarla contra los que son diferentes a nosotros? ¿Realmente hay tanta diferencia entre nosotros a tal grado que somos capaces de destruir o limitar el desarrollo de lo que no es igual o parecido a nosotros, a nuestra forma de pensar, a nuestra orientación sexual, a nuestras creencias?
Bueno, al parecer las diferencias más grandes se encuentran en el ojo del observador, a juzgar por los últimos acontecimientos en mi querido México. Me refiero a las marchas "pro familia" (o "anti matrimonio igualitario", como se le quiera etiquetar). ¿Que tan diferentes son los homosexuales de los heterosexuales? Quizá la diferencia sea tan grande como la que existe entre zurdos y derechos, como entre rubios y morenos, como la diferencia de estaturas o de color de ojos. Finalmente todos los seres humanos pensamos y sentimos, planificamos y construimos, acertamos y nos equivocamos. Somos humanos sin importar nuestras preferencias sexuales.
Pero esto no es nuevo. En la década de 1960 tampoco fue aceptada la apariencia hippie, o antes la apariencia Zoot Suit (Pachuco) en la década de 1940. O sea, la historia se repite... con la misma tenacidad con la que fueron reprimidos los hippies en sus manifestaciones por el fin de la guerra en Vietnam, o los Zoot Suits por su rebeldía para enrolarse en el ejército Americano en la Segunda Guerra Mundial. Recordemos la historia de Alan Turing, creador de la máquina decodificadora que ayudó a derrotar a los alemanes durante la segunda guerra mundial, quien fue enjuiciado bajo una ley que prohibía la homosexualidad en la Gran Bretaña, historia que terminó cuando Turing fue condenado a la castración química, suicidándose al poco tiempo.
Actualmente no hay una guerra mundial. Pero queremos una, quizás. Una en la que el enemigo es el que usa turbante, el que tiene otra religión, el que tiene otra apariencia, el que tiene otra orientación sexual. Aparentemente nos gusta el sufrimiento que proporciona el terror de una guerra, de sus muertos, de sus horrores, de sus injusticias. Ahora queremos la guerra de la intolerancia.
Se puede afirmar que en el pasado remoto de la humanidad, de acuerdo con el registro fósil y de otras evidencias, la principal amenaza para la supervivencia era el acoso de otros animales más fuertes y mejor dotados para la cacería que los humanos.
Aprendimos a temer a las grandes bestias ya que éramos presa fácil de muchas de ellas. No somos suficientemente rápidos para huir corriendo de un león o de una manada de lobos, ni suficientemente ágiles para trepar por un árbol más rápido que un leopardo, ni suficientemente fuertes para ofrecer una respuesta directa a sus ataques, ni suficientemente protegidos para guarecernos en nuestras defensas naturales. Sólo teníamos un cerebro un poco más desarrollado, capaz de idear armas de defensa y ataque, capaz de diseñar trampas y disfraces, capaz de transmitir conocimiento a la descendencia, capaz de crear vínculos sociales para proteger a la incipiente especie, capaz de desarrollar emociones y pensamientos ligados entre sí.
Así pasamos varios millones de años, a merced de los depredadores, y tratando de ingeniar soluciones creativas para sortear esos peligros. Las maneras para resolver los problemas de la supervivencia se quedaron grabadas en nuestra genética y en nuestros cerebros. Al menos eso es lo que nos dice Carl Sagan en su obra "Dragones del edén", y es confirmada por Daniel Goleman en "Inteligencia Social":
La neocorteza (del cerebro) del Homo Sapiens, mucho más grande que en ninguna otra especie, ha añadido todo lo que es definitivamente humano. En la evolución, la neocorteza permitió una juiciosa afinación... que ha creado enormes ventajas en la capacidad de un organismo para sobrevivir en la adversidad, haciendo más probable que su progenie transmitiera a su vez los genes que contienen ese mismo circuito nervioso.
El problema, desde mi punto de vista, es que en la actualidad ya no necesitamos tanta capacidad cerebral para defendernos de las amenazas naturales. Es decir, la mayor parte de las amenazas actuales ya no ponen en riesgo nuestra vida, y mucho menos atentan contra la supervivencia de la especie humana, aunque haya gente que aun desea sembrar el terror en nuestros inconscientes (pero de seguro con fines nada altruistas).
Tenemos una gran capacidad para idear tantas cosas que en nuestros días inventamos problemas, conflictos y enemigos falsos. Vemos con tanta facilidad las diferencias en los demás (incluyendo muchas especies animales) que nos sentimos amenazados por estas realmente sutiles diferencias. Y nos sentimos bien (de manera ficticia) cuando hacemos algo por acabar con ellos aunque sea de manera virtual.
Para mí, eso explica por qué podemos ser tan intolerantes en la actualidad. Entiendo que la intolerancia a las hienas gigantes tuviese una base de supervivencia... quizás hace dos millones de años. Entiendo que la intolerancia a la tribu vecina tuviese una base de supervivencia... hace unos 50 mil años. Entiendo que la intolerancia a una diferencia de religión tuviese una base de supervivencia... hace unos dos mil años.
Pero hoy ya no es necesaria tanta intolerancia. No es necesaria y hasta resulta uno de los peores defectos de los humanos. Podemos vivir y sobrevivir entre nosotros como raza humana, sin importar nuestras diferencias, y también podemos hacerlo viviendo entre las demás especies animales y vegetales, si somos conscientes de que podemos usar nuestra capacidad cerebral sobrada para:
- Adaptarnos a los rápidos cambios sociales y tecnológicos.
- Adaptarnos a las cambiantes condiciones sociales.
- Convencernos de que no es necesario seguir siendo tan intolerantes para sobrevivir a estos cambios.
- Convencernos que la mayor parte de las diferencias que observamos no nos hacen enemigos de los demás.
- Convencernos de que las parejas homosexuales tienen todo el derecho de formar familias.
Comentario final:
La cita de entrada me parece apropiada, pues aunque la orientación de Ahuramazdah es no religiosa, pienso que las palabras de un líder religioso pueden ser tan válidas ante esta circunstancia de intolerancia, como las de un ateo, o como las de cualquier ser humano con un poco de conciencia.
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1 comentario:
buena inf gracias
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